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Pajilleros del mundo, ¡sois el mundo!

[Nota de lectura: como el tema del artículo es denso, en tiempos de precariedad en la atención, intercalaré una breve historia accesoria por capítulos. Podrás distinguirla porque estarán escritos con otra tipografía y alineados en el margen derecho del cuerpo del texto. ¡Que disfrutes del dos por uno!].

Pajilleros del mundo, ¡sois el mundo! Bien podría ser este el lema a extender de boca de político a orejas de la plebe, con ensimismamiento y alevosía. Sabiendo que tiene tanto de verdad como de poca autenticidad. Porque una cosa es el onanismo y otra bien distinta, ser pajillero.

En este tiempo de mareos mentales es mejor dejar todos los nudos bien atados: cuando me refiero a pajillero estoy incidiendo, de forma directa y sin moderneces del lenguaje, en el género neutro. En la ambigüedad –¡pedazo de invento la ambigüedad!– que sirve para ambos sexos. En el peso recaído sobre la identidad del ente persona en cuanto a especie. Y poco más que explicar, porque la evidencia si se subraya es error capital del escritor. Retomo la idea principal, que no es otra que la del pajillero como concepto universal.

No es ninguna gran vergüenza, pues los instintos bajos –como los medios y altos también– rigen la filosofía del ser humano desde tiempos inmemoriales. Casi me atrevo a afirmar que para el ser humano terminar siendo pajillero es una condición sine qua non. Pero tal vez es mejor acotar este término para no herir sensibilidades más de lo previsto.

Puede que se llame Julia. O tal vez, Martín. Es igual llegado el caso. Decide hacerse influencer porque vislumbra un modo de ganarse la vida cómodamente. ¡Visionarios!

Ser pajillero, como ya he escrito no es solo dedicarse al onanismo de modo natural; no. Es otra cosa bien distinta. Es sentir y cultivar un modo de mirar la vida que se rige por el morbo; por los impulsos de entrepierna que se reflejan en la mente. Y por lo que estos generan en las ideas, pudiendo quedarse en mero estímulo de índole sexual o sirviéndose de ellos como puerta de entrada a otro tipo de razonamientos. Por ejemplo, a la envidia; a la mala praxis de las ideas. A lo cutre o a lo soez. Así pues, nótese el carácter despectivo que adquiere el término pajillero según la idea que expongo. Y sé que aunque la RAE ya lo contempla como término malsonante, solo le otorga este grado al significado de onanista explícito. El juego que yo propongo es tomar ese carácter despectivo y dotarlo de una profundidad mayor, pues comprendo que el mundo no sería el que es si no estuviese regido por las leyes de los pajilleros.

Julia o tal vez, Martín crean un perfil en redes sociales y comienzan a copiar indiscriminadamente una serie de imbecilidades vacuas. Apenas tienen seguidores pero no decaen en su motivación. Perseguirán su sueño sin flaquear.  ¡Visionarios!

Las leyes de los pajilleros no están escritas. No las ha formulado nadie todavía. No te me ilusiones porque tampoco las voy a formular yo, que tengo mejores cosas que pensar en este tiempo de mi vida. Pero tranquilidad: no voy a dejarte con las ganas en los ojos y me permitiré la diversión de perfilar unos breves trazos. Así nos hacemos una idea de lo que puede llegar a suponer esta zafia filosofía de vida.

La mirada del pajillero siempre tiene dos vertientes: una que es la políticamente correcta y otra, que es la que de verdad piensa. Algunas veces ambas coinciden, pero en otras –la mayoría– éstas son polarizadas. Lo preocupante es que, sean del modo que sean, raras veces podemos determinar cual es la real. Al fin y al cabo, cada pajillero es un mundo y cada mundo… ¡ya se sabe! Esta podría ser una primera ley escrita –tal vez la más importante, pues a partir de esta se regiría el resto–.

Otra de las imprescindibles: el pajillero no solo nace y crece, sino que se retroalimenta de cada pajillero que se encuentra en su camino. Sería un modo de explicar como este carácter, no solo no está dispuesto a cederle espacio a la duda personal, sino que se revalida ante cada comportamiento similar que observe en la sociedad. Algo muy profundo dentro de la sociología evolutiva: el concepto de pertenencia por encima del reconocerse, incluso estúpido. El saber que se forma parte de una colectividad imperfecta pero injusta. La que siempre justifica los defectos comunes para validar las carencias propias y admitir aquello que no debería ser normal como hecho natural.

Como siguen sin convertirse en influencers, a pesar de la cantidad de selfies, challenges y retratos en viajes postizos, no cejan en su empeño y comienzan a buscar su lado más sensual para tratar de demostrarle al mundo su carácter atrevido, rebelde e inconformista. Insisto: ¡visionarios!

Te preguntarás por qué afirmo que los pajilleros dirigen el mundo. Pues por algo, desgraciadamente muy complejo: son mayoría. Solo hay que observar las tendencias en  las cifras de consumo y pertenencia a grupos sociales. Los criterios que, muy a pesar de activismos, modas e intereses, siguen definiéndose en clave de sexualización. Como simple ejercicio de observación banal te propongo mirar las cifras de seguidores en redes sociales que tienen los diferentes perfiles en base al contenido que proponen. ¡Es maravilloso! Porque por vacíos de contenido racional –y racionado– que estén, siempre que la apariencia se muestre sexualizada –en el rango en que se quiera catalogar esta sexualización– tendrá una mayor incidencia en número de usuarios. Las cifras son más altas cuando lo visual apela a lo atávico. Cuando el carácter pajillero es interpelado de modo sutil para darle al me gusta. Y puntualizo: no es una queja fruto de la envidia, –porque por mucho que me esfuerce creando contenidos sobrios, coherentes y con valor propio nunca tendré tantos seguidores como alguien en traje de baño haciendo poses mil veces vistas; no–. Esta una observación más de las que suelo aportar en este diario que escribo para alimentar ese pensamiento crítico tan necesario en nuestra sociedad. También lo escribo por pura diversión irónico-satírica, pero eso ya lo sabes a poco que leas un par de artículos míos.

Julia o tal vez, Martín no han conseguido su sueño de convertirse en influencers. A pesar de haber seguido los pasos que vienen dados por los mesías de la influencia moderna; ¡éstos sí han sido visionarios! Aún así, nuestros intrépidos conejillos de indias han logrado un número de seguidores nada desdeñable, aunque sea totalmente injustificado en base a la calidad del contenido que han expuesto gratuitamente. En el interior de sus corazoncitos, se han sentido un poco influencers… ¡Qué gran labor social está haciendo la modernidad!

En fin, lo que ya sabemos: los pajilleros han dominado, dominan y seguirán dominando el mundo que conocemos. Solo hay que leer y escuchar comentarios –la mayoría exabruptos– a nuestro alrededor cotidiano. No hay batalla que ganar porque no hay  guerra posible declarada: el ejército está entretenido a base de pajillerismos –ese cóctel psicotrópico de hormonas y complejos–.

Una pena, pues el onanismo más puro está con el orgullo manchado debido a esta malformación de la conciencia, mucho más cutre y oscura. La obsesión del postureo motivacional. El seguir lo seguido, –y cuanto más seguido, ¡mucho mejor! Sentar el culo o el cerebro ante un contenido y valorar su atractivo en los términos del ¿da o no para paja? El significado de esto, –literal o literario– se aplica dependiendo del contexto. Lo triste es que la motivación resida en este impulso y no en una base crítica cruda y consecuente.

Pues sí, a nuestros amigos se la suda todo por delante y por detrás. Sus aspiraciones se ven compensadas con un segundo de gloria y a esperar el advenimiento de la nueva red social que les permita exponer su carne –o su ingenio– siguiendo los dictados de lo que esté de moda. Jamás decaerán, porque están respaldados por el poder supremo de la Pachamama, mindfulness, ¡o el Cristo que los fundó! Definitivamente: ¡qué gran labor social está haciendo la modernidad!

Pajilleros del mundo, tenedlo claro: ¡sois el futuro! Tenéis el poder para cambiar el mundo (a peor, claro). Siendo conscientes de ello, al resto de onanistas, digamos que románticos, solo nos queda continuar haciendo esto que siempre os recuerdo. Si fuese creyente os pediría que rezaseis conmigo. Pero como soy hereje, rezad vosotros si os place, que ya bastante tengo con intentar digerir todo el absurdo que observo a diario en el mundo en que vivimos.

Epílogo: no triunfaron como influencers pero potenciaron su imbecilidad hasta un grado que de no haber pasado por esta escuela de degradación jamás hubiesen alcanzado. En el fondo, sí eran unos triunfadores. Y es que la idea que se nos ha inoculado acerca del triunfo está sobrevalorada, pues no es ganar sino qué ganar–y sobre todo–, cómo ganar. «No son molinos, Sancho, ¡son influencers!» / «¡Ande y váyase a tomar por culo, mi señor!».

Sergi Mo

Author Sergi Mo

Artista. Pintor. Narrador de historias.

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