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Está la inteligencia del mundo vacacionando y la fiesta es una reunión desenfadada, regada por el caldo etílico que todo lo confunde.

Suena la música, ¡oh, sublime expresión del ser humano! ¡Chiquilla! –por favor, ¡que alguien me sacrifique!

El derecho a la desconexión es irrefutable en este contexto. Y la mente hace ‘clic’; entonces, es cuando la película empieza. Se muestra la realidad más primaria de las personas; el fondo del poso acumulado. Muchas veces, lo oculto tras el velo del viso cotidiano. La fiesta, que cantó Serrat.

El hedor a rancio del paso de la noche echa para atrás. Los meaderos echan humo, dos pasos más allá del puesto de hamburguesas con patatas fritas en aceite del pleistoceno. La proporcionalidad de oídos sordos tiene un crecimiento exponencial y el qué dirán termina dando paso al qué me importa lo que digan. La diversión es una juerga de brazos levantados con rodales de sudor en los sobacos. El que deserta se pierde lo mejor.

Me acuerdo de Gila con la boina calada, disertando sobre diversiones primarias rurales. El tuétano de aquel monólogo es aplicable a la condición humana misma; cámbiese boina por X y luego trate de despejar la incógnita. Si el resultado le sorprende, es que está usted como una col.

¡Esta noche es fiesta! Se recordará por mucho tiempo la risa derramada en nombre de dioses inventados sobre la marcha. La diversión se abre paso a empujones entre la muchedumbre. Con un poco de suerte, nadie habrá visto nada. Y con otro, tal vez se enteren de todo. Al fin y al cabo, escalar una montaña –o tirarse por un terraplén– no es lo mismo si luego no puedes contárselo a alguien. Compartir una hazaña siempre arropa al contenido.

Dicen diversión y digo banalidad. La normalización erótico-festiva de la auto-intoxicación es algo que observo y denuncio como evidencia de lo cutre. Debe ser por ello por lo que me he convertido en una especie de aguafiestas oficial, con graduación superior. Como la Absenta que se beben los fiesteros, sin prestar atención que para saber beber, primero hay que saber vivir.

Me produce un cierto miedo cuando la gente alrededor se muestra tal y como es, sin sus filtros de lo cotidiano. Precisamente por esto, todo lo que no funciona bien en sus rutinas les provoca un cortocircuito; es la chispa que enciende el motor de sus carromatos, para huir frenética y momentáneamente hacia adelante. Así llegan los gritos vacíos de contenido; la euforia inflada, produciendo una inflación de las ideas. La devaluación momentánea de las personas. Todo bien, salvo algunas cosas, que diría el poeta.

¡Qué bien su lo pasamos, oye! La épica y la patética se unen, conformando un relato sobredimensionado. No fue para tanto; y si lo fue… Revisa tu vida de mierda entonces.

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Portada del libro "Resistir"

La nostalgia siempre es un valor añadido que opera a través del ámbito de la sugestión. Porque aquello que te bebiste, puede bebérselo cualquier alcohólico cirrótico sin pestañear. Aquello que dijiste, puede decirlo cualquier esquizofrénico en cualquier momento, ¡sin despeinarse! Y aquello que tocaste como no queriendo querer, puede tocarlo un pervertido sátiro, dónde y cuándo le plazca.

No sobredimensionemos, que tampoco es que tenga tanto mérito, ¡oye!

Termino esta fiesta como se terminan las mejores de todas: vomitando. Reconozco mi carácter arisco y mi sarcasmo en este asunto. Reconozco pasarme de la raya irónica y entrar de lleno en la hipérbole. Lo reconozco y no siento ningún sabor agrio en la mente por ello. Reconozco que me dan miedo las personas cuando se comportan como gente. Reconozco que no me sé divertir como ellos, porque su diversión a mí no me produce el mismo efecto sedativo. Reconozco la cantidad de veces que me he puesto de mala hostia cuando se suponía que debía pasar the best time ever!

Pero basta ya de hablar de mí, que esto va de la fiesta –y yo no estoy con la conciencia alterada por químicos para monopolizar el discurso, como ahogando mis penas. No. ¡Que no pare la fiesta! Motor económico y social. Fiel reflejo de la cara más amable de la humanidad: el culo. Porque al transcurrir la fiesta, a la gente se le va poniendo cara de culo. El efecto inicial impactante, con sus mejores galas o su versión más aseada, va dando paso con la decadencia al fiel reflejo del interior. La fiesta es como aquel retrato de Dorian Gray que imaginó Oscar Wilde. Empiezas para retrato y terminas hecho un cuadro. ¡Qué bien su lo pasamos la noche de aquel año! Sobretodo, cuando casi morimos o nos encierran ¡tres o cuatro veces! Ay, si no fuera por ratitos así, ¡cuán  aburrida sería esta vida! Pues exactamente como lo es.

Sergi Mo

Author Sergi Mo

Artista. Pintor. Narrador de historias.

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