El más allá es como el más acá pero visto del revés.
Lo desconocido deja de serlo cuando alguien lo conoce por casualidad. Este es el lema que esparce Vicente, cada vez que acude a unas jornadas de parapsicología.
Su vocación fue tardía, pues no se interesó por los fenómenos inexplicables hasta bien entrada la edad madura. Lleva cinco años jubilado de su profesión como profesor de instituto y diez como parapsicólogo reconocido en los círculos más exclusivos de la materia; incluso en los de la antimateria. Conoció a Ester tras divorciarse, hace treinta años de su primera esposa, con la que no conserva relación alguna. Esta afirma que, precisamente fue Ester la causa de su divorcio. Pero es algo que nadie ha podido probar nunca; ¡es un misterio!
Ester apareció como un haz de luz en su vida, iluminándole hasta deslumbrarle. Y fue precisamente ella la que inoculó en Vicente el germen de la pasión. Y también el de la pasión por lo sobrenatural.
Esta feliz coincidencia devino en una de las parejas más célebres en las esferas más ocultas: Ester y Vicente, parapsicólogos. Los descubridores del brazo de gitano incorrupto de San Javier. Los postulantes del teorema del ahorro de energía cósmica a través del cultivo de patatas transgénicas. Quienes osaron cuestionar la teoría de la emisión de emisiones ectoplásmicas. Los mismos que establecieron el único contacto entre especies validado por la asociación parapsicológica de la Universidad de Huesca.
Ester y Vicente fueron vetados de por vida en los medios de comunicación en las provincias de Orense, Zamora y Pontevedra, cuando todos se hicieron eco de las mediciones llevadas a cabo en tres de sus municipios. En ellas, voces del más allá inculpaban a los presidentes de las Diputaciones como fomentadores de incendios forestales y contrabando de material textil low cost procedente de Portugal. Nunca se demostró nada a favor o en contra, pero como ellos insistieron tanto, al final los echaron por plastas.
En otra ocasión, un periódico de Jaén les puso una querella por difamación después de unas publicidades aparecidas en la sección de anuncios por palabras. Lejos de venirse abajo, Ester y Vicente, no solo aumentaron su presencia en medios de comunicación, sino que vendieron su coche y compraron uno nuevo, –kilómetro cero– para ampliar más si cabía el ámbito de sus investigaciones. Y es que la polémica era gasolina para el motor de su ilusión como investigadores de lo indescifrable.
Sus clientes solían ser personas mayores de setenta años, generalmente solas o con principio de demencia senil. También gente de mediana edad con problemas de autoestima; paranoicos, esquizofrénicos… algún psicópata tímido. Y también adolescentes confundidos. Pero esto cambió la tarde del veinte de agosto de dos mil tres. El reloj marcaba las once cero cinco á eme–así y solo así es como ellos comunican las horas– y su universo entero dio un vuelco de trescientos sesenta grados.
TO BE CONTINUED…
El libro oficial de la gente viva, –incluso con actividad mental coherente! ¡Si no quieres ser un ectoplasma cualquiera, hazte con uno!
Un giro de trescientos sesenta grados es quedarse en el mismo punto en que estabas antes de girar. Eso sí, mareado.
El reloj deletreó la hora al tiempo que Vicente comunicaba estupefacto a Ester los resultados del muestreo: evidenciaban que no existía ninguna evidencia de que aquellos hallazgos fortuitos proviniesen de una vida extraterrestre. A renglón seguido expuso con alta excitación la siguiente idea: del mismo modo, –y aquí reside lo extraordinario– tampoco había evidencia alguna de que no proviniesen de vida extraterrestre. Podía no ser o podía ser. La evidencia de la falta de evidencia era un argumento ante el que no podían ofrecer resistencia alguna.
Sin tiempo para cocinar las ideas, Ester levantó el teléfono y contactó con la redacción de Espejo Público. Sabía que el hijo de una vecina estaba ese verano haciendo las prácticas como redactor en ese magacín matutino. Ese y no otro fue el vínculo que les permitió colarse en la vida de centenares de miles de telespectadores de martes por la mañana en pleno verano. El vacío de poder y la necesidad por cubrir huecos en las noticias abrió la brecha hacia el más allá por la que nuestros intrépidos investigadores, accedieron sin previo pago de aranceles, al olimpo de sus carreras.
El resultado de aquella incursión todos la conocemos: del lance salieron vilipendiados, satirizados. Fueron la burla de las redes sociales durante unas horas. Se convirtieron en el blanco perfecto de tertulianos y especialistas en la materia. Parapsicólogos de reconocido prestigio [sic] saltaron a sus yugulares; fueron usados como conejillos de indias, como sacos de boxeo, como justificación de tantos y tantos engaños que ellos, en su inocencia, jamás habían cometido.
La parapsicología dio a ambos una nueva oportunidad, un comienzo desde cero en sus ilusiones compartidas. Tal vez esto fuese lo más inexplicable de todo y, paradójicamente, lo menos estudiado por ambos.
Por fortuna, el ensañamiento en el escarnio les halló esperándolo de frente; unidos ante la ola de fango. Es por ello por lo que no se resintió su relación personal. Se dieron confianza; se soportaron. Rehicieron su ilusión y no cayeron en la desidia; en las garras blandas de la depresión. Y continuaron sus investigaciones de modo oculto, casi como meros amateurs. En su tiempo libre y solo como afición, salían al campo para buscar en el cielo o en el suelo restos de basura extraterrestre. O se adentraban en bosques espesos, ruinas de la guerra civil o palacetes semi derruidos. Todo para plantar allí sus micrófonos al viento e intentar cazar psicofonías, que podían bien ser, tanto voces de ultratumba como pedos de ratas hambrientas.
Como tenían abundante tiempo libre y necesitaban algún tipo de reconocimiento social, a pesar de su avanzada edad, fundaron un dúo de payasos. Así, como cómicos de pega comenzaron a trabajar los fines de semana en bautizos, comuniones, cumpleaños y alguna fiesta de barrio venido a menos. Así es como la metamorfosis obró su milagro y Vicente y Ester. Parapsicólgos, mutaron a Pompita y Limón. Payasos. Y lo mejor de todo, fue que nadie, absolutamente nadie, notó ninguna diferencia.
Lo desconocido y lo conocido se encuentran en un punto equidistante. Lo inexplicable es encontrarlo.