No encuentro modo más emocionante para comenzar a escribir este blog que compartir contigo el sueño que he tenido esta pasada madrugada. No te asustes, no tiene componentes empalagosos; no es una demostración onírica de seudo autoestima. ¡Ni por asomo!
Todo comienza poco antes de despertarme, cuando me encuentro a mi mismo –el que está ahora tecleando estas palabras– encaramado en una especie de pared rústica. Algo parecido a aquellos señores sentados en sillas colgadas del muro que asisten a la mojiganga de las escena mítica de la Vaquilla –¡bendito Berlanga!–. La cuestión es que allí estoy, mirando como pasa ante mí el gentío que acceden a una puerta que hay a la izquierda de mi mirada. Es una especie de alfombra roja en la que pseudo famosos acceden a algún tipo de evento.
De todos ellos, hay uno que me llama la atención: es un tipo alto y delgado, con barba de varios días, vistiendo una chaqueta de piel marrón. Muy parecida a una que tuve yo, hace unos años –le comento al amigo Miguel, compañero de carrera que está sentado a mi lado, vaya usted a saber, Freud, por qué intrincado motivo. La cuestión es que le digo también que ese tipo es un capullo; que no es pintor ni nada, pero vende cuadros. ¡Le acaban de comprar uno por un pastizal! El amigo Miguel me dice que le diga algo. Y yo, desde la altura de mi perspectiva, le doy un grito al tipo en cuestión. ¡Oye, acércate! –le espeto con diligencia.
Mientras el tipo se acerca al instante, con educación y curiosidad a partes iguales, le digo a Miguel –con pícara complicidad– que se prepare; que ahora verá cómo gira el show. Y cuando llega el objetivo a mi alcance, mirándome a los ojos con candidez, esperando descubrir el motivo de mi inquietud, ¡le vomito por encima de la chaqueta! Sin previo aviso. Un grifo abierto borboteando, como una gran hemorragia a la ignominia.
Al pobre desgraciado lo pongo perdido. Me mira con pena y se aleja en sentido contrario a la puerta de entrada a la zona especial. Tendrá que ir a cambiarse porque así no puede pasar. Pobre imbécil, pienso con retranca. Y me mondo de la risa mientras le guiño un ojo al amigo, que me observa con cara de estupefacción. ¡Menudo garrulo estás hecho! –parece decirme con su mirada. Pero yo me siento satisfecho. Henchido.
Con este subidón de garrulería Freudiana me he despertado esta mañana. Sin saber muy bien si tendría significado alguno, hasta que he abierto el armario. Allí, desde el fondo, una manga de piel marrón me ha dado los buenos días con un gesto de sutil erotismo; como Marilyn Monroe saludando picarona a Mr President. Es cuando he caído en la cuenta de que en el puto sueño me he vomitado encima a mí mismo. Una visión poética maravillosa, estimado lector. Por ello, definitivamente: ¡no encuentro modo más emocionante para comenzar a escribir este blog que compartir contigo el sueño que he tenido esta pasada madrugada!
Ya, si eso, sacas tus conclusiones, porque esto solo es el principio. Y si te interesa, si te divierte, si te provoca curiosidad, ya lo sabes; aquí estaré. ¡Ojalá aparezcas tú también!