«España es una gran nación. Y los españoles, muy españoles y mucho españoles»
M. Rajoy.
En la balanza del tiempo, los pobres de espíritu pesan más. Esto solían contarlo las personas muy sabias, a quienes quisieran escucharles. Pero los escuchadores solo se quedaban con la frase per se. Con la estructura sintáctica básica. Con la carga semántica formal, más allá de abrirle las puertas a su imaginación.
Los escuchadores deambulaban de un lado para el otro, al albur de las modas y a tenor de los complejos. Deambulaban apesadumbrados, como faltos de vitaminas. Como con miedo a soltar una nota disonante, que les hiciese sentir señalados. Repetían los mismos tics y los mismos TOCs. Eran como una misma voz cantante, de esas que desafinan mucho en la ducha.
Los escuchadores vivían en modos gregarios desde la prehistoria. Pero poco a poco, con el peso del tiempo, fueron asentando nuevas formas de gobierno en su convivencia. Y, en cierto modo, ganaron la poca libertad que pudo la inteligencia frente a la fuerza bruta.
Con la aparición de la escritura, los escuchadores cometieron el pecado de la sumisión. Y el Dios de los intereses a largo plazo cayó sobre sus cabezas, doblegando sus espinas dorsales. Solo el tiempo consiguió arrebatarle al analfabetismo la cualidad de la omnipresencia para con los escuchadores de base; precisamente, siempre los más numerosos en la historia.
Los clanes y las tribus dieron paso a las cortes y súbditos. Y de éstas emanaron las asambleas parlamentarias, a base de revoluciones burguesas en nombre del pueblo y gracias a su compromiso –el compromiso del pueblo, que era a quién contínuamente le partían la crisma, claro–.
Después, llegaron los gobiernos democráticos. La clase media y el consumo a granel. Los paseos en chandal por los centros comerciales. La abulia y la ira, canalizando el descontento a través de las redes sociales.
Y siempre, como telón de fondo de los escuchadores, la pertenencia. El sentimiento de ser de algo; de formar parte de algo. El espíritu gregario, al que ya me he referido al principio, bombeando sangre para oxigenar los cerebros. El nacionalismo; el patriotismo. La necesidad de reafirmar algo que se reafirma solo. Por tanto, la tendencia natural a la sobreactuación.
Los escuchadores pensaban más de lo que decían. Por eso desde fuera, siempre parecía que apenas pensasen. Gracias a este detalle, los dictados del poder consistían en enunciados muy largos y muy llenos de oraciones subordinadas, que buscaban, precisamente subordinar –más si cabía– a los escuchadores.
El día en que los escuchadores se cansaron de escuchar y comenzaron a hablar todos al mismo tiempo, fue el momento exacto en el que el mundo comenzó a funcionar, todavía peor que hasta esa fecha. Fue el momento en el que sacaron a relucir todo cuanto les separaba entre sí, en lugar de rescatar lo que les mantenía unidos. Y los problemas, dejaron de ser escuchados. Y se convirtieron en un problema mucho mayor.
Y precisamente ahí fue cuando el pensamiento mágico se adueñó de los escuchadores, tantos siglos después de haberse, prácticamente erradicado de la moda imperante. Pero la historia es cíclica y el revival siempre es una apuesta a caballo ganador.
Los escuchadores semos gente honrada, ¡no se les vaya a olvidar nunca! –repitieron hasta la saciedad, hartos como estaban de desgobiernos y corruptelas–. Pero hasta que no dejaron de hablar todos a la vez, no recuperaron su don distintivo: la escucha.
Cuando por fin sucedió, los dictados patrióticos quedaron en evidencia; y los dictados nacionalistas, también.
Los escuchadores, por enésima vez en la historia, volvieron a ser escuchados. La diferencia residió en que, esta vez, la escucha era sincera. Porque cuando vas a decir algo, si sabes que te están oyendo es un asunto; pero si sabes que te están escuchando, es otro muy distinto. Mides las palabras; razonas bien qué es lo que pretendes comunicar, antes de hacerlo.
Precisamente por esto, el don más preciado que tenemos los escuchadores es el de escuchar. Y escuchar, atentamente. Esto lo llevan contando desde tiempos inmemoriales las personas sabias, a quienes quieren escucharles. Pero los escuchadores suelen quedarse solo con la frase per se. Con la estructura sintáctica básica. Con la carga semántica formal, más allá de abrirle las puertas a su imaginación.
Por eso la historia es cíclica. Por eso el revival siempre será una apuesta a caballo ganador.