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Desde finales del pasado siglo, cada generación que nace es y será «la más preparada de la historia». Pero de nada sirve, si se la echa a los pies de los caballos. Si se pudren sus inquietudes en medio de un lodazal de testosterona, ego y dividendos. En medio del «siga las instrucciones a pies juntillas para llegar a la meta».

Pongo en primera fila de batalla de este artículo un párrafo de mi libro Resistir porque creo que concentra una parte importante de la esencia escéptica que necesitamos. Porque una sociedad conformista, resignada, en realidad se convierte en una suciedad. Abocada a la dependencia exclusiva en sus drogas. No hablo solo de estupefacientes ni de adicciones de carácter exclusivamente evasivo, sino de dependencia total ante determinados trazos de los que la realidad del progreso nos ha dotado.

Parece una frase de viejo, pero la tecnología puede ser una droga. Puede serlo si llega a condicionarnos al extremo de que sin ella, nos sentimos amputados. Si somos capaces de paralizar nuestros actos, consintiendo pensar que sin ella no alcanzamos la perfección –y sobre todo– la inmediatez que se nos presupone.

El presente es el tiempo del ¡ya! Nos hemos convertido todos en una especie de  eyaculadores precoces de todo. Pero nuestro cerebro sigue siendo el mismo: una masa viscosa, flexible que necesita de un uso continuo; de un ejercicio continuo. Cuando esto no sucede asiduamente, pierde capacidades a un ritmo acongojante. Si tienes alrededor de treinta años de edad seguro que todavía recuerdas cuántos números de teléfono eras capas de memorizar hace veinte años. ¿Y ahora, cuántos te sabes?

Tenemos prisa, ¡siempre! La inmediatez del remedio corre de la mano de Google, también conocido como poder omnipresente. El ojo que todo lo ve. Google, o lo que es lo mismo: América. La resaca del apogeo en la segunda mitad del siglo veinte se manifiesta como un espectro en forma de un buscador que todo lo encuentra. Y si no lo encuentra, pues enseguida alguien se lo inventará y parecerá que, efectivamente ¡lo hemos encontrado!

No voy a entrar en la dinámica antiimperialista clásica. Pertenezco a un modo de vida, –lifestyle que se dice ahora– encuadrado en una cultura proclive a la contaminación anglo-americana. No voy a tirarle piedras a América, sabiendo que van a rebotarme directamente sobre mi tejado. Además, ¡mira tú qué prepotencia sería por mi parte! Tampoco voy a tiranizar a Donald Trump –esa caricatura andante– porque el hombre solo está en su papel. Quiere mear para marcar el terreno que considera suyo ante el enemigo.

China es un gigante de gente pequeña y trabajadora, que se despereza después de una larga siesta. Estoy convencido de que tardarán dos días en encontrarle alternativas al problemita este de la dependencia con Google. Por ello no le veo muchas trazas de guerra fría dos punto cero al conflicto con Huawei. Más bien suena a pataleta de niño gordo en la puerta del colegio, contemplando como se le escapa a la carrera el niño canijo con esa merienda tan apetitosa que pretendía cogerle prestada.

Por ello: Dios bendiga a Huawei. Y Dios bendiga América, ¡claro que sí! Y China. Y ya de paso, a todo el mundo mundial.*

*Como Dios no existe, por mí podemos bendecir todas las estrategias de mercado y todas las marcas de gobierno de la humanidad. Así a ver si se relajan todos y empiezan a hacer las cosas un poco mejor.

Deberíamos aspirar a legarle a quienes vivirán el mañana una sociedad, tal vez menos productiva pero mucha más eficiente. Ves y explícale esto a los Americanos. O a los Chinos. A Huawei y a Google… ¡A los millones de consumidores con deditos prensiles perfectos para teclear, que no saben ya ir ni a cagar sin su dispositivo móvil!

Pero si tú has llegado hasta este final del artículo y no has sentido ofensa sino activación mental, me doy por satisfecho*.

*Si lo estás leyendo desde un Huawei, pues nada: ¡todo mi ánimo y que Dios te bendiga!

Sergi Mo

Author Sergi Mo

Artista. Pintor. Narrador de historias.

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