«La libertad es algo que sólo en tus entrañas bate como el relámpago».
Miguel Hernández
Este álbum arranca con una sesión de improvisación al teclado y la única premisa consistente en dejarme llevar hasta donde quiera el momento. A partir de ese punto de partida, quebrado e imperfecto, comienza el proceso de pulir, ajustar, imaginar y dar forma –poco a poco– a todo un panorama sonoro. Por una parte, la música, acolchada en capas y capas de sintetizadores y pianos. Apoyándome en el andamiaje de tiempos binarios sustentados en sonidos de baterías crudas, mínimas –cuasi inexistentes– construyo la base, sin apenas bajos para que todo parezca mucho más liviano; para que flote la música sin perder nunca de vista los pies. En paralelo, arranca la búsqueda de letras que contengan ideas con peso; que pesen incluso más que el propio deseo de componer. Textos de grandes poetas. De Francisco de Quevedo –con su cruda profundidad–; de Miguel Hernández –y su alma de quebranto universal–; de Leonard Cohen –con el sórdido narrar la crudeza humana, bellísima– ; y una coda sutil del siempre brillante Luís Eduardo Aute, reflexionando acerca de una muerte que no existe, –pues el fin nunca acaba de acabarse por principio–. Y añado también algunos trazos de versos propios, intentando ante tanta potencia mantener el equilibrio sin caerme de culo. Una vez todo está entrelazado, grabo la voz en la forma más directa y sentida posible a la que puedo acceder. Y el saxo, con las imperfecciones irrepetibles de la primera toma; y la harmónica, que gime porque llega el final del proceso y todo se parará hasta que vuelva de nuevo a arrancar… Después de todo lo expresado, faltan los ajustes, mezcla y masterización, que nunca parecen cesar hasta que de repente me gusta lo que escucho y todo comienza a recuperar el sentido perdido. Y ya es ahora. Y espero, sinceramente, que disfrutes al escuchar «Como el relámpago» por primera vez.
