Hoy os traigo a Goya con su genial postulado: el sueño de la razón produce monstruos. Si jugamos al interespecismo (matemáticas versus literatura) aplicándole la propiedad conmutativa –según la cual el orden de los factores no altera al producto–, obtenemos la siguiente fórmula: el sueño de los monstruos produce la razón. Así obtenemos la clave del maná: también podemos tener razón siendo monstruos. Una especie de Chernobyl del pensamiento. Ahora os lo comento.
Aunque da para mucho, este escrito serán solo unos trazos; un poquito de radiación semanal que contamine el pensamiento mágico que tienes –tenemos– inoculado desde hace milenios. El que nos refrescan periódicamente las modas más interesadas. Nos dicen –para que nos quedemos satisfechos, claro–, que los seres humanos somos buenos por naturaleza. ¡Y un pepino radioactivo! –con perdón. Si jugamos con la lógica y le damos la vuelta al postulado observamos que es lo mismo que afirmar: la naturaleza es buena por humana. Cosa que es una mentira tan grande como una catedral.
Si hay algo que define la ley natural es que no se rige por preceptos morales; no existe el bien y el mal. Existe el equilibrio y su búsqueda: la supervivencia. Muy de vez en cuando aparece algún trazo de solidaridad en forma de compasión. Y la mayoría de estas anomalías vienen dadas por el carácter cooperativo de lo natural; esto es: las relaciones simbióticas entre seres y especies.
Por ello me descojono cada vez que algún panoli bien intencionado me ilumina con su visión optimista del cosmos, refrescando la buena nueva de que todos semos buenos, aunque a algunos las circunstancias les empujan al lado oscuro de las cosas. ¡Claro que sí, guapi! Genéricamente además, ¡como si todos fuésemos iguales!
No solo no somos buenos por naturaleza, sino que precisamente son los monstruos los que más y mejores avances han aportado a la evolución de la humanidad. Piénsalo detenidamente y verás qué risión: ¿gracias a quién estás aquí, leyendo estas líneas?¿Gracias al humano compasivo que quiso el bien por encima de todas las cosas o gracias al agresivo sanguinario que aplastó a quienes amenazaban la continuidad de su clan; de su pueblo? ¿Gracias al pacifista que antepuso la objeción de conciencia a matar, o gracias al agresivo que no dudó ni un instante en atacar la amenaza directa? ¿A que es divertido razonar esta enorme mierda?
La adhesión per se del concepto filosófico bien a la naturaleza humana es una mera invención resiliente que como seres racionales nos hemos sacado de la chistera, con una gran sonrisa a la pachamama. No lo digo cínicamente del todo: está bien tenerlo en cuenta, siempre y cuando no consintamos que nos vendan la moto. Porque el ser humano puede ser bueno, malo, regular e incluso nulo. Depende de la persona y del contexto; siempre: ¡la importancia supina del contexto!
Desde la atalaya de nuestra sociedad bienviviente, el interés por vivir disimulando al máximo las contradicciones filosóficas es enfermizo. Un continuo tic consistente en volverle la cara a la realidad que no nos gusta, de modo sistémico. Esto a mí, como observador y comunicador es algo que me fascina y ofende a partes iguales.
Nuestro Chernobyl filosófico explotó el día exacto en que comenzamos a ser conscientes de nuestras propias contradicciones como seres humanos. Conscientes de la serie de traiciones a la pureza moral que tenemos que perpetrar para poder sobrevivir; o lo que es todavía más duro por absurdo: para poder vivir mejor que otros iguales a nosotros. Y eso por no hablar de los individuos que, con taras o sin ellas, no se detienen ante la línea que separa el bien del mal.
El aparato del sistema (del sistema de la humanidad) trata por activa y por pasiva de camuflar esta evidencia. Hace siglos que el núcleo de nuestro reactor está expuesto, pero ellos siguen insistiendo en que esos piedros con los que tropezamos cada dos por tres no son grafito, sino piedras aleatoriamente anómalas, provenientes de la cantera de las circunstancias malas te hacen malo.
El sueño de la razón no produce monstruos –siento contradecirle, mi admirado Goya–. Son los monstruos de la razón quienes producen pesadillas a la humanidad. Y esta realidad, por mucho que se quiera camuflar es canónica. Precisamente, porque la radiación es invisible a nuestros ojos y tenemos asumido que aquello que no vemos, no nos lo creemos –a no ser, claro, que aquello invisible sea Dios, pero hoy no me meto aquí.
El pensamiento crítico es el lector de este tipo de radiactividad. El único modo de no dejarse manipular enteramente por el aparato del sistema, que quiere vendernos la idea de bondad inocua para que estemos tranquilos y pensemos menos. Y ahora viene la diversión última, que es la mejor: para que consumamos más… y a poder ser, peor.